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11/9, 1714, Cataluña, Catalunya, Corona de Aragon, Corona de Castilla, Decret de nova planta, Decreto de Nueva planta, Diada, Felipe V, Guarra de Secesión, onze de setembre
Ayer fue Onze de Setembre, una fecha que la historia ha utilizado bastantes veces para marcar algunos “antes” y algunos “despueses”. Cambió el curso de Latinoamérica durante décadas con el derrocamiento del Gobierno Allende y de las libertades civiles en Chile, todo ello parte de la Operación Cóndor. Amaneció con dos aviones estrellándose en el World Trade Center, metiendo a EEUU en un locura bélica que como expliqué en un post anterior (https://marcoshofmann.com/2012/10/15/origenes-uno-de-tantos-de-la-crisis-china-y-george-w-bush/), fue una de las causas de una espiral que empezó con una bajada de tipos de interés sin precedentes y una inundación del sistema con moneda nueva, y terminó con Lehman Brothers, una crisis de deuda gigante, y un empobrecimiento estructural de las clases medias. Sin embargo, en Cataluña, el once de septiembre es la celebración de una derrota militar, que hay que matizar para entender que fue la economía lo que realmente se pretendía cambiar.
Catalunya no era un estado independiente a principios del siglo XVIII, tal y como lo imaginamos ahora. Tenía, sin embargo, poder legislativo propio y autónomo. También era dueña de la última instancia judicial, lo que le daba el poder judicial. Y finalmente tenía una administración que era un poder ejecutivo de facto, ya que ejecutaba las leyes y sentencias, y era la instancia dónde se generaba el ingreso fiscal. La verdad es que si a alguien le cuentas que un territorio tiene poder legislativo, judicial y ejecutivo, lo más normal es que te conteste: Estado!! Pero, el principado de Cataluña era parte constitutiva de una entidad que debido a la importancia de los reyes en la historia de la humanidad, se nos antoja superior. Esa entidad era la Corona de España. Y además, la unión de Coronas de la península ibérica era de carácter dinástico, lo que dejaba espacio para que cohabitaran distintos estados bajo la misma Corona. Castilla era una Corona con estado, y Aragón era una Corona con tres estados (Aragón, Valencia y Cataluña).
Uno de los rasgos políticos de la España de finales del siglo XVII fue que las partes constitutivas de la Corona de España empezaron a sufrir tiranteces, debido principalmente a los distintos intereses económicos de sus élites. La Corona de Aragón y la Corona de Castilla llevaban muchos años distanciándose en sus intereses económicos. Mientras Castilla seguía gestionando (no muy bien) su fuente principal de riqueza (América), Aragón debía mirar hacia el Mediterráneo ya que su participación en el negocio americano era mucho menor (no tenía derechos). La concepción de lo que debía ser España variaba entre los dos grandes reinos ibéricos, y es por ello que a la hora de elegir la sucesión de Carlos II, cada uno optara por defender sus intereses: Castilla, una concepción central del poder real por gracia divina, con la tierra, los derechos de comercio con Indias y una ganadería expansiva (La Mesta) como base de su economía, y Aragón, con una concepción del poder repartido, con una inclinación hacia el comercio con bienes pre industriales y una ganadería intensiva (El mas, como unidad económica). Y como era inevitable, hubo una guerra.
¿Qué ganó Castilla? El 12 de septiembre de 1714, solamente había ganado una guerra. El Rey Felipe V tardó dos años en doblegar los fueros de Aragón, Valencia y Cataluña, que eran el impedimento legal para ejercer su poder absolutista. No opino sobre que en el siglo XVIII hubiera reyes absolutistas (aunque no acabaran el siglo con la cabeza sobre sus hombros), lo que está claro es que para ejercer su poder, el rey tuvo que derrocar un sistema legal, judicial y administrativo, que era lo que le impedía, entre otras cosas, cobrar impuestos.
¿Qué perdió Cataluña? Las crónicas dicen que el 12 de septiembre de 1714, las gentes de Barcelona volvieron a trabajar, y con matices es posible que así fuese. Sin embargo, Cataluña perdió su capacidad normativa, sus instancias judiciales propias y el poder para reforzar las leyes y sentencias, y cobrar los impuestos. Además, también sufrió de ese celo que a veces tienen los vencedores en querer imponer su cultura, en este caso, en forma de prohibición del uso público del catalán.
Por lo tanto, podríamos determinar el 1714 como el inicio de una de las dos roturas que tiene España, en este caso, las fuerza centrípeta que ejerce el poder central de la España post borbónica. La otra fue la concepción conservadora versus liberal que debía regir la vida de la gente, que empezó con las guerras carlistas, pasó por 1936, y todavía sigue hoy en forma de PSOE y PP.
Y poco ha cambiado desde entonces. Seguimos en 1714.
En el resto de España se considera a los catalanes como buena gente, pero con una incomprensible inclinación hacia no ir por el camino «marcado», y con una ambigüedad mercantilista crónica. Mientras que los catalanes ven a España como la heredara de los Decretos de Nueva Planta, en que cualquier buen gobierno que se plantee estará basado en un estructural drenaje centrípeto de la riqueza, y como un poder mastodóntico e inamovible, dotado de leyes que «la» impiden moverse y fuerzas armadas que impiden que alguien la mueva.
Pero ahora vivimos en una época diferente. El poder central ya no necesita apuntalar militarmente los contrafuertes del sur de los Pirineos. El comercio se ha globalizado y desde la conclusión de la Ronda Uruguay del GATT y la creación de la Organización Mundial del Comercio, ya no se llevan los aranceles punitivos o sobre protectores, aunque el futuro no está claro en este tema. España ya no vive encerrada comercialmente. La democracia, aunque con muchas trabas y dificultades, tiene a los votantes como beneficiarios últimos del poder (digo últimos, porqué entre medias hay mucho «chupóptero»). Casi se diría que es un buen momento para dialogar y pactar una solución/separación muy amistosa, con grandes acuerdos que beneficien a ambas partes. Con unas relaciones políticas y económicas interesadísimas por ambas partes. Y con un aura de paz y orden entre gente que son amigos, grandes amigos, novios, esposas, suegros, primos, amantes, clientes, proveedores y hasta futbolistas. Pero eso no es posible por una sencilla razón: Su Graciosa Majestad El Déficit Fiscal.
El déficit fiscal es lo que lleva 297 años siendo la fuerza que guía las relaciones entre los centros de poder de los antiguos reinos de Castilla y Aragón. En la unión dinástica de las Coronas con los Reyes Católicos en 1475, había pasado algo parecido, pero a la inversa. El Rey Fernando II de Aragón necesitó para su Corona y su ejército, los ingresos fiscales de Castilla, ya que a los de Aragón, Valencia y Cataluña no tenía acceso por tener que pasar por la aprobación de las Cortes de cada reino. Para Castilla era fácil recaudar ya que se recauda en nombre y a discreción del Rey, y así se hizo.
Dos siglos y medio más tarde, el problema lo tenía Castilla. Se había arruinado con una gestión desastrosa del monopolio de las Indias, gastado principalmente en la Contrarreforma para parar las tesis Luteranas. El Rey llegó a una Corona arruinada. Tuvo tres iniciativas:
- Buscar el apoyo de su Francia natal.
- Retomar el comercio con Indias aunque fuera en competencia.
- Crear un Hacienda central para todo su territorio.
Las tres iniciativas tienen sentido, si se mira de una manera aséptica, pero para ello necesitó abolir el ordenamiento jurídico de Aragón, Valencia y Cataluña. Y es aquí donde empieza el pecado original de, por ejemplo, las balanzas fiscales. El poder central pasó a recaudar los impuestos de los habitantes de los territorios, y luego repartirlos acorde con su política económica. Y aquí es donde empezó otro problema que se lleva arrastrando desde entonces, la asimetría en las necesidades de las políticas económicas de los territorios. Por ejemplo, los regímenes normativos y fiscales para la ganadería del siglo XVIII no podían servir de manera igual a la ganadería trashumante castellana, que a la ganadería intensiva (encerrada en el establo) y pre industrial basada en “el mas o masía”, que había en Cataluña. Lo mismo que un sistema fiscal simétrico no sirve igual a un mediano empresario catalán, que a la Duquesa de Alba o al señor Juan Abelló.
Por lo tanto, como esto de la democracia tiene el tema éste de la elecciones, y los movimientos sociales son difíciles de parar, cuando el independentismo llegue a un ratio de 2:1, es decir 65%, mejor que haya un plan de acción para una separación bien organizada, o entonces sí que los efectos económicos para la gente de la península ibérica (todos) serán, no creo que catastróficos, pero como mínimo, incómodos. Aunque para ello, sería conveniente que España cambiara su motto de “Plus Ultra” (más allá), uno más moderno como “Pacis quod Professio” (Paz y Comercio).
Estoy impaciente por ver que escriben los economistas sobre la independencia de Cataluña, a ver si son capaces de escribir con la cabeza y no con el puño o el corazón. También estoy impaciente por ver propuestas concretas de las tan anunciadas estructuras de Estado, ya que teniendo en cuenta que la estupidez de distribuye uniformemente por la población y por la política, independizarse no nos libra de la cuota estadística de políticos estúpidos.
Para terminar, un video para contestar el ataque a la Librería Blanquerna de Madrid.